El jardín en la ciudad gris


Existía una ciudad gris, donde todas las casas eran grises y no había jardines ni nada hermoso, un hombre que vivía en la casa que le había pasado un gran señor soñaba con algo mejor, quería sentir algo distinto, vivir de otra manera pero no sabía como. Un día leyó que podía mejorar la casa del señor en la que vivía y al vivir de esa manera sería feliz, no sabía como así que le escribió al señor y el le dijo que trabajara la casa y cuando necesitara ayuda le dijera para apoyarlo, el hombre puso su corazón en ello, empezó por crear un jardín primero una rosa, un tulipán, un jazmín, etc. Era bastante trabajo pero se olvido de lo infeliz que era, después creo una reja para su jardín y la pinto de colores,  la casa destacaba de entre todas, tenía colores, brillos, era completamente distinta pero no era lo único que había cambiado; el hombre también lo había hecho, dedicaba tanto tiempo a su jardín que dejo de mirar las otras casas y lo triste de la ciudad, había tanto que hacer....el patio, después pintar la casa, decorar, arreglar en fin tantas cosas que sólo el podía hacer dado que cada día iba conociendo más esa casa, tomo la costumbre de conversar con el Señor y entre los dos ver como quedaría la casa, el hombre se sentía feliz, orgulloso de como estaba viviendo.

Mientras tanto en la ciudad los habitantes miraban con distintos ojos la casa, algunos les daba envidia y decían que lo había conseguido porque le habían pasado la casa así, otros decían que el hombre no tenía que ser egoísta, había que quitarle la casa y dársela a otros para que más personas vivieran bien y no solo él, otros solicitaban y esperaban que la gobernatura de la ciudad arreglara todas las casas de la misma manera. Pero había otros que miraban la casa, la forma de vida del hombre y anhelaban vivir igual, algunos partían arreglando la casa pero al ver la cantidad de trabajo desistían y preferían volver a dejarla gris, otros arreglaban un poco pero cuando eran criticados por los que envidiaban la casa o por quienes criticaban el trabajo preferían dejarla gris, pero existían algunos que empezaron a arreglar la casa y sentirse igual que el hombre, dejaron de ver lo triste de la ciudad y miraban lo bonito que quedaba su casa, dejaron de criticar a otros y como el hombre se centraban en arreglar sus casas. El mismo hombre empezó a participar ayudando a otros a mejorar sus casas, contando su experiencia, apoyando y votando por legisladores que se interesaran realmente en ayudar a todos a mejorar sus casas y la ciudad, eso se sentía tan bien pero él sabía que todo partía por su casa así que no descuidaba de mantenerla en buen estado y seguir arreglándola.
El tiempo pasaba, la mentalidad de los habitantes seguía de la misma manera, pero la ciudad ya no era gris, habían focos de colores distintos, algunos se quedaron con sus casas grises y otros imitaron al hombre; la ciudad ya no era gris todo gracias a que cada habitante decidía o no cambiar su casa, el hombre se volvió feliz y cada vez más contento, a veces pensaba en lo beneficiado que había por el señor dueño de la casa, podía administrarla como quería, podía arreglarla y sobretodo la opción de ser distinto y feliz venía de él, no dependía de sus vecinos, de donde vivía, de su gobierno, solo de él, pero era una decisión que debía tomar día a día. No era fácil, tampoco era muy complicado con la ayuda del Señor pero lo importante era seguir el camino adecuado.

La ciudad cambia primero cambiando las casas y las casas cambian cuando tomamos la decisión de mejorarlas, buscando cumplir la voluntad del dueño de las mismas. Para quienes somos cristianos ¿Quién debería ser este Señor dueño de la casa? y ¿Cuál es esta casa que habitamos? “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc.6:46) "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." 1 Corintios 6:19-20


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